Confesiones en voz alta 1: No pienso, cuento

En este Capítulo 1: No pienso, cuento, del pódcast Confesiones en voz alta, nuestro anfitrión, Juan Meliá, nos platica algunas primeras reflexiones sobre sus más de 25 años en el terreno de la gestión cultural.

Se trata de un primer acercamiento al interior de la labor de un gestor cultural, a la importancia de sus procesos para evitar generar proyectos que nacen ya muertos desde antes de su arranque, sea por razones de falta de objetivos, de falta de estrategia, o de carencia de públicos específicos definidos y cómplices que quieran y necesiten habitar dichos programas.

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  • Anfitrión: Juan Meliá
  • Episodio: 1
  • Duración: 13:03
  • Etiquetas: #JuanMeliá, #TeatroUNAM, #Verdecruz, #GestiónCultural, #GestoresCulturales, #artistas, #proyectos

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Podcast CulturaUNAM

Reflexiones en voz alta

(Primera Temporada)

Capítulo 1: NO PIENSO, CUENTO

Anfitrión: Juan Meliá

[Rúbrica]: Confesiones en voz alta…el día a día de la gestión cultural

Trabajar y habitar los procesos para construir en colectivo.

[Habla Juan Meliá]: Este primer podcast lo he titulado No pienso, cuento, y está dedicado a la importancia de buscar información de manera permanente dentro del campo de la gestión y la promoción cultural.

Hace ya más de 25 años, cuando esbozaba mis inicios como gestor cultural y artista visual, visité varias veces la casa-taller de una artista excepcional y casi desconocido, Don Vicente Rea Valadez, un artesano jaulero, o mejor dicho, como el nombraba a su oficio, flexotécnico. En una de dicha visitas, y viéndolo trabajar con sus manos y herramientas trenzando el alambre -nunca usaba soldadura-, me atreví a preguntarle qué pensaba mientras estaba trabajando, y mirándome con cara de éste joven no sabe absolutamente nada de nada, me contestó: “No pienso, cuento”.

En todos estos años no se me ha olvidado dicha sentencia, es una reflexión que como gestor me acompaña y me acompañará siempre. En el sentido de la necesidad de buscar información, en el sentido de conocer los modelos más allá de sus apariencias, en el sentido de ir mucho más allá de presupuestos y programas, en el sentido de buscar documentos y datos que nos articulen, guíen y asesoren. Documentos que nos ayuden a tener un lenguaje, intereses y aspiraciones comunes, más allá de números, más allá de hábitos.

El contar, el establecer ritmos de lectura, de encuentro, me ha acompañado también tanto como estudiante de danza contemporánea en donde al ritmo de percusiones perseguí el aprender la técnica Graham, donde contaba y contaba internamente; así como también como creador visual, en la gestualidad aplicada entre el grafito y el devenir del concepto, sumaba y restaba sobre papel. Borraba y creaba al tiempo.

Pero la labor de un gestor cultural, ya sea de alcance generalista o bien especializado en una disciplina artística, siempre va acompañada por la necesidad del conocer el contexto, por contar con el necesario interés en re-conocer más allá de la eventualidad, más allá de la actividad particular que el día a día nos provoca y muchas veces nos obliga a desarrollar. Sus entornos, sus formas de producir y programar, sus problemáticas de financiación y movilidad, sus condiciones laborales y administrativas.

Dicho proceso es una especie de conteo de referencias que acaban convirtiéndose en nuestro territorio habitado. Contamos suscribiéndonos a newsletters procedentes de diferentes regiones e instituciones en el afán de descubrir nuevas formas de leer o resolver problemas propios y cotidianos. Contamos al revisar sitios web de instituciones pares. Contamos desarrollando los puntos que constituyen una convocatoria para impulsar la creación, la participación o la profesionalización, contamos cuando levantamos una encuesta al final de una función preocupados en el interés por las formas de participación de los diferentes públicos, contamos cuando preguntamos, contamos cuando respondemos. Contamos a la hora de pelear presupuestos pero también a la hora de imaginar posibilidades, que en el camino se descartan o consolidan a partir de cualidades y adhesiones individuales y colectivas. Contamos cuando un proyecto personal ha sido capaz de generarse una vida colectiva, interinstitucional y transfronteriza. Por poner un ejemplo claro, contamos y sumamos cuando la inclusión del otro, de los otros, multiplica lo propio.

El interés y las posibilidades por hacer de un modelo o programa cultural un espacio reconocible, un proyecto conscientemente habitado, nos permitirá construir, rescatar, potenciar e impulsarlo en pro de la sostenibilidad y la congruencia; al responder de manera real a nuestro entorno, articulándonos como comunidad para lograr borrar las fronteras que nos impiden ser más gremio. Es claro que antes de tomar decisiones debemos contar con conocimientos previos, así como pensar en los datos que queremos conocer o generar en el futuro cercano o lejano, con el fin de cometer la menor cantidad de errores posibles, antes de realizar un proyecto. La importancia de este proceso es vital para evitar generar proyectos que nacen ya muertos desde antes de su arranque, sea por razones de falta de objetivos, de nula estrategia, o de carencia de públicos específicos definidos y cómplices que quieran y necesiten habitar dichos programas.

Durante la pandemia los datos y tablas donde buscábamos leer la realidad del impacto en el ámbito de la salud, pero también el impacto en lo social y en lo cultural, nos acompañaron día a día, y surgió una aseveración rotunda, las decisiones no deben llegar antes de los datos. Las restricciones o decisiones colectivas, no debían se tomadas antes de los datos, ni sin contar con ellos. Lo mismo debe ser en la gestión cultural o en la generación de proyectos artísticos, en relación a las razones de ser, en relación a los conocimientos sobre los entornos y sobre los integrantes de los sectores específicos con o para quien trabajaremos.

Uno de los nuevos conceptos que me ha hecho sentido entre el lenguaje emanado del seguimiento de la pandemia y que se ha incorporado a nuestro día a día es el de “dosis de recuerdo”, en inglés traducido como booster. Dosis que nos recuerda, que cada cierto tiempo, deberemos estimular el conocimiento que nuestro cuerpo tiene de la enfermedad para poderle hacer frente en mejores condiciones. Así lo siento también hacia nuestro modelo habitado de políticas y gestión cultural, debería periódicamente recibir una “dosis de recuerdo”, una inyección que nos ayude a reconocer cómo es en realidad el territorio actual en el que habitamos políticas, programas, proyectos, creaciones y reflexiones, para no perdernos en el hábito al construirnos y reconstruirnos, y así no dejar de contar, ni de multiplicar, abriendo siempre posibilidades múltiples, ante la repetición inconsciente y el estancamiento, que tiende a hacer cada acción como copia de la anterior, en un proceso mecánico de operación.

Dicha dosis puede contener recopilación de información, generación de datos y variables críticas, evaluación y análisis, identificación de entornos, revisión del estatus de artistas, especialistas y gestores, redefinición de objetivos y alcances, nueva toma decisiones, todo ello a partir de consultas, del diálogo entre opuestos, del escuchar a diferentes generaciones.

Ante la pregunta de por qué crear un programa, lanzar una convocatoria, generar una curaduría, desarrollar una acción específica, la respuesta es y debe ser diferente si es respondida por un artista/creador, o si es contestada por un gestor. El primero tiene una responsabilidad en primer lugar con su discurso, con su necesaria búsqueda, en cambio el gestor, con el lograr ayudar para que el primero tenga en sus proyectos las posibilidades de vida, sostenibilidad, circulación, visibilidad, sumando en varios momentos de dichos procesos, el necesario compromiso hacia las audiencias, los públicos, los lectores o espectadores.

Pero la gestión cultural desde un punto de vista personal, desde la operación de lo propio, considero que se desarrolla desde la autogestión. A partir de la definición de un territorio de múltiples nodos y enlaces, que vamos construyendo entre gustos e intereses personales, donde en la búsqueda de la reducción de la incertidumbre y la construcción de un conocimiento particular, singular, generamos acciones constantes motivadas desde la responsabilidad del hacer posible proyectos y creaciones concebidas por otros y para los otros. Esto siempre desde un proceso autodidacta donde contamos, sumamos, restamos, nos equivocamos, buscamos, perdemos y encontramos. Es un proceso en donde lo propio no nos pertenece, pues se torna colectivo, se transforma en encuentro y se cuestiona permanente.

Les confieso, que mis madrugadas son capturas de información, procesos de búsqueda y recolección constantes de nuevos detonadores, nodos y enlaces. Dicho proceso de búsqueda me hace recordar y sentir las mismas sensaciones, que como adolescente tenía entrando a una biblioteca o a una tienda de discos, ese momento donde el afuera se detenía y se abrían todas las oportunidades, donde aparecían todas las nuevas voces. Así en la persecución de formatos y críticas, en la persecución de las múltiples opiniones, yo trabajo por construir una propia red de información con una línea de sentido, que me permita acercarme al conocimiento específico de nuestra área, donde me plantee poner en práctica lo que sé, y reconocer lo que no conozco para que me rete al cuestionar el cómo utilizar la información, sin dejarla olvidada en archivos no abiertos, o entre los documentos y libros no consultados que esperan sobre anaqueles y repisas.

Tengo muy claro que la información encontrada debe ser compartida, porque existe claramente una inequidad en el acceso a la misma, así que cada convocatoria, estudio o publicación encontrada la difundo de inmediato. Esta recolección o recopilación de datos y oportunidades nunca debe concebirse como propiedad, sino debe ser colectivamente compartida.

Mi inocente pregunta al jaulero, que se enfocaba a escudriñar lo que sucedía en su interior cuando creaba, me remite a mi obsesión por encontrar la solución a mis propias dudas e ideas creativas. Don Vicente Rea Valadez contaba para no equivocarse. Su lección fue clara pues además del pensar y el crear, hay que concentrarse en no equivocarse tanto, en construir un día tras otro un nuevo modelo consciente, en el posibilitar una oportunidad y medir el alcance de un programa o proyecto.

La razón es sencilla, hace unos días escuchaba al escritor y poeta vasco Bernardo Atxaga en una entrevista de radio afirmar que “las cosas en general vienen de alguna parte”, pero decía también, “en ciertas culturas, es difícil saber de dónde vienen las cosas”. En nuestro modelo cultural, al igual que sucede en otros países, en muchas ocasiones nos encontramos operando o viviendo dentro de situaciones a las que hemos llegado de manera inconsciente, bajo la razón y la afirmación de que así era, así debería ser o así debe seguir siendo. En la mayoría de los casos, dichas razones han sido superadas por el tiempo y la necesidad, pero el transformarlas es una de las acciones más difíciles de emprender dentro de la gestión cultural, sea desde los creadores, gestores, comunidades o públicos. Cómo detectar una debilidad, cómo hacer del consenso de la mayoría la necesidad de un cambio en la operación o en la razón de un programa, convocatoria o financiamiento, sin afectar al otro, a los otros.

La información y lo vivido durante los procesos de gestión van constituyendo y construyendo nuestra memoria, pero es difícil, casi invisible, detectarlo en el día a día, y por consiguiente, es realmente fácil extraviarlo. La historia de las políticas culturales o de la gestión de proyectos culturales, se lee y mantiene viva, sobre todo en la historia de los proyectos artísticos, pero desaparecen los modos del cómo llegaron ha desarrollarse.

No quisiera que estas reflexiones se tomaran como instrucciones para ser un gestor cultural exitoso, sino como cuestionamientos o preocupaciones declaradas en voz alta para generar un compromiso personal y al tiempo colectivo, en la razón del que, si bien errar, convivir con el error, es parte del proceso, quisiera tender a equivocarme menos, a escuchar y acertar más. Y quisiera también confesarles, a manera de cierre, que estas ideas están pensadas desde la intimidad de la duda, desde la necesidad del estar consciente.

/ Fin, entra música /.

Durante las presentes reflexiones me acompañaron lecturas de Zadie Smith, la asistencia a la obra teatral Verdecruz, episodios de la serie Station Eleven, y la música de Keeley Forsyth.

Reflexiones (confesiones) en voz alta

Reflexiones (confesiones) en voz alta sobre la gestión cultural es un podcast que busca iniciar a las y los nuevos gestores sobre los diferentes procesos, decisiones, ideas y conflictos, que se encuentran en el quehacer diario de la gestión cultural; busca mostrar un panorama de cómo imaginar, planear, desarrollar y culminar sus proyectos es posible, viable y retador.

Juan Meliá

Juan Meliá

Anfitrión

Artista visual y gestor cultural especializado en artes escénicas. A lo largo de su carrera ha desempeñado diversos cargos públicos y ha participado en múltiples iniciativas independientes.

Fue director de Difusión Cultural de la Universidad de Guanajuato; y director general del Instituto Cultural de León, Guanajuato.

Es socio-fundador de la Galería de Arte Contemporáneo Arte3 y desde 2009 hasta febrero del 2017 fue Coordinador Nacional de Teatro, del Instituto Nacional de Bellas Artes en México. Asimismo, de 2009 a 2017 fue representante de Antena México del Fondo de Ayudas para las Artes Escénicas Iberoamericanas IBERESCENA.

De marzo del 2017 a noviembre del 2018 fue Secretario Ejecutivo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, de la Secretaría de Cultura y, desde enero del 2019 a la fecha, es Director de Teatro UNAM.

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