Confesiones en voz alta 4: La incertidumbre laboral

Este cuarto episodio del pódcast Confesiones en voz alta se titula La incertidumbre laboral. En esta entrega, nuestro anfitrión, Juan Meliá, abordará sobre el estatuto de artistas, gestores, emprendimientos y compañías y reflexionará en voz alta sobre la necesidad de nombrar, visibilizar y cuestionar, las razones y formas que debilitan la estabilidad en el trabajo de las personas que habitan profesionalmente nuestro modelo artístico cultural.

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  • Anfitrión: Juan Meliá
  • Episodio: 4
  • Duración: 20:58
  • Etiquetas: #IncertidumbreLaboral, #GestiónCultural, #Mundiacult, #SectorCultura, #JuanMeliá, #DifundirLaCultura

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Podcast CulturaUNAM 

Confesiones en Voz Alta

Capítulo 4: La incertidumbre laboral 

Anfitrión: Juan Meliá

Intro: Debo confesarles que en los últimos meses y después de estudiar y seguir con atención e interés todas las conversaciones y documentos sobre la necesidad de alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible en el ámbito cultural, y cómo nos impacta, estoy cansado del tema, pero no por su falta de importancia, sino porque suena a una tema impuesto que está sustituyendo o cubriendo, sin querer queriendo, las problemáticas no atendidas por décadas.

[Rúbrica]: Confesiones en voz alta…el día a día de la gestión cultural. Trabajar y habitar los procesos para construir en colectivo. CulturaUNAM presenta

[Habla Juan Meliá]: Este cuarto episodio lo he titulado La incertidumbre laboral, estatuto de artistas, gestores, emprendimientos y compañías, y está dedicado a reflexionar en voz alta sobre la necesidad de nombrar, visibilizar y cuestionar, las razones y formas que debilitan la estabilidad en el trabajo de las personas que habitan profesionalmente nuestro modelo artístico cultural.

En el pasado episodio, donde reflexioné sobre la importancia de la movilidad, de la circulación, mencioné lo fundamental que era contar con una cadena de valor integral en nuestra operación y acciones. Mencioné y lo sostengo, que uno de los eslabones más débiles era el estatus de gestores, creadores y compañías. Por lo mismo decidí hacerle frente a dicha temática en este episodio, para no huir de una problemática que el día a día, pareciera, nos obliga a olvidar.

Tanto a los gestores como a los creadores y promotores lo que más nos gusta es hacer que los proyectos sean posibles, pero en el camino olvidamos fácilmente las condiciones en las que hacemos participar a quienes los integran. Nada importa más a los creadores que el hacer y el mostrar lo creado. Nada importa más a los gestores, que el posibilitar que se muestre lo creado, producir proyectos o diseñar nuevas programaciones. Nada le importa más a nuestros públicos que el asistir a ver, escuchar o participar de las obras y experiencias artístico-culturales. Pero en medio de todo ello, ¿cuándo nos preguntamos o preocupamos por las condiciones del cómo todo fue realizado y del cómo lo vivieron, hicieron posible y se sostuvieron todas las personas que participaron para llevarlo a cabo?

Noam Chomsky afirma “La cuestión es que, si no desarrollamos el lenguaje, simplemente no tendremos acceso a gran parte de la experiencia humana, y si no tenemos acceso a la experiencia, no podremos pensar correctamente”. Robándome la frase de Chomsky, afirmo que si no ponemos en palabras y nombramos qué significa y cuál es realmente el estatus de artistas, compañías, emprendimientos y gestores, no podremos tener una experiencia plena en el habitar las prácticas de hacer, impulsar, producir y analizar obras y proyectos artístico-culturales. Nuestro modelo, por tanto, siempre será trunco, condicionado y parcial, lejos de un entorno real de profesionalidad y equidad.

En mi trayectoria como gestor cultural, uno de los momentos más dolorosos que llevo tatuado en la memoria, fue un accidente acontecido en un teatro. Durante la última noche de una actividad de tres días desarrollada en conjunto entre una fundación internacional y la institución que yo dirigía, en la que se encontraban participando importantes especialistas y jóvenes promesas nacionales e internacionales, mientras se llevaba a cabo el desmontaje de una de las piezas, un trabajador externo a la planta de técnicos del teatro, tomó una escalera para desmontar un leeko. Él no sabía que dicha escalera estaba fuera de uso, por lo que la escalera se rompió cuando él estaba ya arriba. La caída tuvo consecuencias fatales para dicho trabajador. El recuerdo que tengo de toda la actividad de tan importante proyecto quedó desdibujado para únicamente darle relevancia a dicho accidente. Para mí todo esa actividad se mide y se recuerda, todavía hoy, a partir de un suceso tan complejo. Ya no hubo aplausos, sólo reflexiones sobre el cómo haber podido evitar lo acontecido. Así de frágil e incierto puede llegar a ser el accionar en el ámbito cultural.

Todas, todes y todos tenemos recuerdos tatuados sobre la incertidumbre, en la delgada línea que se traza entre problemas tales como los momentos donde nos hemos encontrado en el desempleo, los accidentes laborales, el recurso económico que no llega a tiempo, la falta de oportunidades o el no comprender plenamente las formas de operación legales, de seguridad social, administrativas y hacendarias. Es imposible no mencionar que en los largos meses de aislamiento social a los que nos obligó la pandemia, todas estas problemáticas afloraron con más claridad que nunca en las vidas de las personas que construyen y habitan nuestro entorno.

Dentro de la cadena de valor íntegra que sostiene y estructura nuestro ecosistema cultural, mencioné que existían eslabones invisibilizados.  Éste en particular, sé que no lo ignoramos, pero siempre lo dejamos pasar, de forma que se desvanece ante la necesidad y el impulso por el hacer y el generar, antes de pensar en la estabilidad y la seguridad actual y en el futuro, lo cual se enfatiza entre las personas que laboran desde sus propios emprendimientos o en procesos de autoempleo, o para quienes son contratados por honorarios con temporalidades reducidas y específicas, mejor conocidos como freelancers. Estas debilidades generan unos cuellos de botella hacia la necesaria certeza laboral, incrementando la incertidumbre en múltiples posibilidades que es importante nombrar:

- El trabajar sin cobertura de seguridad social.

- La distancia entre el trabajo realizado y el tiempo en que se cobran los honorarios por lo trabajado; el cual en ocasiones pueden ser meses.

- Los procesos de contratación poco claros y eternamente cambiantes, así como las diferencias entre instituciones, que además en el caso de instituciones públicas, tienen meses muertos para trámites y pagos; por los inicios y cierres anuales, o períodos vacacionales.

  • La multiplicidad y a veces falta de parámetros de valía o monto de pago por la labor desarrollada, sea por trayectoria, calidad o cualidades, tiempo, complejidad y equidad.  ¿Cuánto vale y por qué razones lo hacen diferentes especialistas por el mismo concepto?
  • ¿Cuáles son los pagos justos por una actividad o por una obra?

- La casi nula activación de seguros contra accidentes y seguros de viaje para los participantes.

- Impuestos poco pensados a partir de la complejidad, ritmo y alcances de nuestra labor.

- Realmente construimos las mismas opciones y condiciones laborales, equidad y transparencia en las oportunidades.

- La falta de pago hacia algunos de los procesos en el desarrollo de los proyectos como: pago de ensayos en la artes escénicas, el valorar el trabajo en reposiciones, la correcta cobertura de los derechos de autor, sólo por mencionar algunos.

Todo lo anterior se multiplica en la mayoría de los casos tomando en cuenta que se debe de contar con varios empleos al mismo tiempo, y que suelen ser trabajos de corta duración, o ingresos en temporalidades muy específicas, generando grandes espacios sin estar contratados.

También es innegable la complejidad que están viviendo las instancias culturales públicas, federales, estatales y municipales; uno de los motores fundamentales para nuestra operación. Las necesarias prácticas que las instituciones públicas han debido implementar a través de solicitudes de función pública, procesos de austeridad, revisiones de auditoría, también han generado nuevos cuellos de botella, ya que no se puede pagar por trabajos en proceso, sino hasta que estén concluidos, con lo cual se invierte tiempo, formación, preparación, ensayo, y acciones y, hasta meses después, se recibe el pago correspondiente. A lo anterior se suma también la falta de personal en los organigramas de las instancias públicas para hacer frente a la verdadera operación, por lo que se encuentran limitados desde hace décadas en la contratación de personal permanente, y por tanto deben recurrir al personal contratado por  honorarios para acciones específicas y sin prestaciones.

Esta problemática no es exclusiva del ámbito artístico cultural mexicano. En  diferentes regiones y países se ha puesto en cuestión y se han desarrollado reflexiones y acciones pensando en el mejorar y cuidar el bienestar de un grupo o una comunidad a partir de la seguridad que provee o debe proveer la organización social correspondiente. Esta previsión se ha enfocado a atender la enfermedad, el desempleo, las pensiones, los procesos de asistencia, buscando posibles beneficios para periodos de dificultades económicas y modelos certeros y ciertos de seguridad social.

Hay ejemplos específicos a los que considero debemos poner atención y me gustaría compartirlos:

El primero en la región de la Unión Europea, donde durante el Foro Europeo del Teatro desarrollado en 2020, generaron la Declaración de Dresde. En uno de sus puntos específicos se manifestaba de manera muy clara:

La pandemia ha golpeado con fuerza, exaltando los desafíos existentes a los que se han enfrentado los diversos actores del sector durante décadas. Y en relación a las condiciones de trabajo y libertad de expresión: Los artistas y los profesionales de las artes escénicas se enfrentan cada vez más a la realidad de unos ingresos inciertos o bajos, a las complejidades que rodean su situación laboral, al escaso acceso a la cobertura de la seguridad social o a las prestaciones sociales, así como a la falta de tiempo para crear y desarrollar ideas y construir trayectorias profesionales coherentes basadas en sus valores artísticos y sociales. Todos esos factores, junto con los crecientes ataques a la libertad artística en toda Europa, constituyen graves impedimentos para el desarrollo profesional libre y pleno de los artistas y su contribución a la configuración de sociedades democráticas, progresistas y unidas. También dificultan que el teatro sea un verdadero espacio público de reflexión, innovación y debate.

Canadá y Francia nos ofrecen ejemplos específicos sobre cómo la necesidad de contar con un verdadero estatuto del artista, se ha transformado en ley:

En Canadá se define desde la certificación federal del estatus del artista, y dice a la letra ¿Qué es el “Estado del Artista”?

La Ley federal sobre el estatus del artista (1992, c.33) reconoce el importante papel del creador en la sociedad y promueve la comprensión de la forma única en que trabajan los artistas.  Como tal, se esfuerza por mejorar el estatus económico, social y político de los artistas profesionales a través de una compensación justa por su trabajo, así como la implementación de beneficios sociales que disfrutan otros trabajadores.  La legislación intenta colocar a los artistas en pie de igualdad con otros profesionales en el mercado laboral y ganar una parte más equitativa de las ganancias de su trabajo dentro de la economía pública del arte. Como resultado, la legislación de Status tiene implicaciones significativas para el derecho laboral, el derecho contractual, el derecho de autor, etc. También permite la certificación de sindicatos y asociaciones profesionales para ayudar a regular la remuneración y las condiciones de trabajo.  En 1997, la legislación sobre la Condición del Artista confirió el derecho de los artistas a negociar colectivamente a nivel federal.  

En Francia, los artistas que trabajan en los sectores de la actuación en vivo, el cine y el audiovisual tienen un tipo especial de régimen de seguro de desempleo: el régimen des salariés intermittents du spectacle (régimen para trabajadores intermitentes en las artes escénicas). El régimen se estableció para compensar la discontinuidad inherente a los períodos de empleo en estas profesiones.

En Latinoamérica, un país que nos lleva ventaja en esta necesaria batalla ha sido por años Chile, donde desde 1993, a través del capítulo IV del Código del Trabajo, se regula de manera específica la relación laboral bajo dependencia y subordinación, entre los trabajadores de artes y espectáculos y su empleador.

En el mismo nombraron de manera sumamente específica a quienes aplica como trabajadores del espectáculo, junto con regular la jornada laboral, tipos de contratos, entre otras materias; se incorporan normas que protegen la libertad de creación de los artistas y la obligación de pago por derechos de imagen respecto del uso y explotación comercial de la imagen de los trabajadores de arte y espectáculos, cuando se utilice o pretenda utilizar para fines distintos al objeto principal de la prestación de servicios.

Lo que más me sorprende de Chile, es que no se han bajado de la batalla, y siguen en constante preocupación por mejorar dichas condiciones.

En todos estos ejemplos encontramos una coherencia entre el acuerdo previo del gremio para hacer coincidir sus intereses y necesidades como comunidad, y una labor de trabajo y convencimiento que acabó en ley con los representantes institucionales de diferentes áreas y niveles.

Durante la pandemia, en particular aplaudí una iniciativa nacida en Reino Unido, en la que  se consolidó una asociación de trabajadores independientes del arte y la cultura que llamaron a su accionar #FreelancersMakeTheatreWork (los freelancers hacen que el teatro trabaje/funcione) y se definen como: un colectivo para abogar por la fuerza laboral del teatro del Reino Unido. Nuestro objetivo es fomentar conversaciones más transparentes e inclusivas dentro de la industria del teatro al escuchar y articular las necesidades de los trabajadores independientes a las direcciones de teatro, las productoras y el gobierno.

#FreelancersMakeTheatreWork hoy día sigue totalmente en activo y con mensajes constantes, acciones para la generación de datos específicos, propuestas de mejora en su operación y acompañamiento legal, laboral y en temáticas de inclusión y violencia de género.

También llama la atención que la UNESCO actualmente esté tanto volviendo a publicar y dar difusión a la Recomendación de 1980 relativa a la Condición del Artista, así como se encuentra  desarrollando una consulta global a través de una encuesta sobre el tema de implementación y problemas para alcanzar las diferentes recomendaciones plasmadas en dicho documento, el cual fue adoptado por la Conferencia General de la UNESCO en su 21ª reunión de 1980, incluyendo México. Los temas a investigar a través de la encuesta son: el Mapear y monitorear las políticas, medidas e iniciativas implementadas por los Estados Miembros y El identificar los desafíos y oportunidades que enfrentan los Estados Miembros y las organizaciones no gubernamentales en la implementación de la Recomendación de 1980, y sus necesidades específicas de creación de capacidad para revisar las leyes y políticas existentes o implementar iniciativas relevantes; recopilar y compartir las mejores prácticas que ilustren cómo las disposiciones de la Recomendación de 1980 pueden traducirse en políticas y medidas eficaces para apoyar a los artistas y el surgimiento de ecosistemas culturales sostenibles.

Y la misma UNESCO también incluyó para los temas particulares y preponderantes dentro del encuentro Mondiacult la reflexión sobre el estatuto y las condiciones de las, los y les artistas.

Ante todo lo anterior me pregunto:

¿Quiénes tenemos la responsabilidad y la obligación de reflexionar, cuestionar, y hacer lo necesario para mejorar dichas condiciones?

¿Cuáles han sido y son los impedimentos para mejorar nuestra práctica? ¿Para dejar de lado las malas prácticas profesionales que hemos construido entre todas y todos?

¿Será culpable nuestra nula capacidad de asociación o los pocos canales abiertos para escucharnos, tanto entre la comunidad, como entre la comunidad con las instancias gubernamentales?

El correr siempre es nuestra condena, así como la competencia entre nosotras y nosotros, pero el riesgo va implícito en nuestra labor y nos aleja de la búsqueda de la seguridad, de la previsión de bienestar, de la confianza entre nosotros, minimizando permanentemente los posibles daños.

Debo confesarles que en los últimos meses y después de estudiar y seguir con atención e interés todas las conversaciones y documentos sobre la necesidad de alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible en el ámbito cultural, y cómo nos impacta, estoy cansado del tema, pero no por su falta de importancia, sino porque suena a una tema impuesto que está sustituyendo o cubriendo, sin querer queriendo, las problemáticas no atendidas por décadas. El entrar todos a hablar en el lenguaje del desarrollo sostenible me genera una profunda preocupación en relación a que los temas más delicados y urgentes, se categoricen y resuman sólo en la palabrería que a veces recubre la gestión cultural y no alcancen a ser atendidas y solucionadas en profundidad las verdaderas necesidades de quienes laboran, crean, habitan y disfrutan el arte y la cultura.

Hace unos días leí una publicación donde la novelista y ensayista Zadie Smith, en la que confrontaba a su entrevistador de manera directa y dura:

“El debate va sobre complejidad o banalidad, (decía), no sobre si el arte debe o no ser político. El problema es la banalidad de las ideas. Siempre ha sido así. Tal vez confundes neutral con cuerdo. No soy neutral, me interesan la verdad y la libertad de pensamiento. No creo que esas sean cosas neutrales”.

Ante un tema tan delicado y sensible con el estatus y las condiciones laborales de las personas que hacen y construyen la vida cultural de nuestro país, debemos ser capaces de situarnos de manera más certera ante las situaciones imprevisibles. Debemos de contar con formas diversas de hacer frente a los múltiples imponderables que rodean nuestro quehacer y la vida particular y en común en el mismo. Esta es una aspiración necesaria, compleja y nada banal, a la cual debemos hacer frente  y no podemos ni debemos ser neutrales.

/ Fin, entra música /.

  • Durante las presentes reflexiones me acompañaron lecturas de Orhan Pamuk, la asistencia a la obra teatral “La violación de una actriz de teatro” de la dramaturga chilena Carla Zúñiga, así como la escucha de lo nuevo de Kae Tempest en su “The Line Is A Curve”.

Reflexiones (confesiones) en voz alta

Reflexiones (confesiones) en voz alta sobre la gestión cultural es un podcast que busca iniciar a las y los nuevos gestores sobre los diferentes procesos, decisiones, ideas y conflictos, que se encuentran en el quehacer diario de la gestión cultural; busca mostrar un panorama de cómo imaginar, planear, desarrollar y culminar sus proyectos es posible, viable y retador.

Juan Meliá

Juan Meliá

Anfitrión

Artista visual y gestor cultural especializado en artes escénicas. A lo largo de su carrera ha desempeñado diversos cargos públicos y ha participado en múltiples iniciativas independientes.

Fue director de Difusión Cultural de la Universidad de Guanajuato; y director general del Instituto Cultural de León, Guanajuato.

Es socio-fundador de la Galería de Arte Contemporáneo Arte3 y desde 2009 hasta febrero del 2017 fue Coordinador Nacional de Teatro, del Instituto Nacional de Bellas Artes en México. Asimismo, de 2009 a 2017 fue representante de Antena México del Fondo de Ayudas para las Artes Escénicas Iberoamericanas IBERESCENA.

De marzo del 2017 a noviembre del 2018 fue Secretario Ejecutivo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, de la Secretaría de Cultura y, desde enero del 2019 a la fecha, es Director de Teatro UNAM.

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