Confesiones en voz alta 7: Entre manifiestos, datos y realidades

En este capítulo 7 del podcast Confesiones en voz alta, nuestro anfitrión, Juan Meliá, reflexiona sobre la necesidad de repensar el estado de nuestros modelos dentro de la gestión cultural contemporánea, así como sobre generar, con ello, el fortalecimiento de políticas, iniciativas, programas y proyectos. Todo esto en la búsqueda de consensos y soluciones.

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  • Anfitrión: Juan Meliá
  • Episodio: 7
  • Duración: 17:12
  • Etiquetas: #modelosculturales, #movilidad, #BlaisePascal, #gestióncultural, #gestores, #YokoOgawa, #TheMemoryPolice, #DesarrolloSostenible, #MESOC, #MeasuringTheSocialDimensionofCulture, #Nynorsk

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Podcast CulturaUNAM  

Confesiones en voz alta 

 

Capítulo 7: Entre manifiestos, datos y realidades 

 

Anfitrión: Juan Meliá 

 

[Rúbrica]: Confesiones en voz alta…el día a día de la gestión cultural. Trabajar y habitar los procesos para construir en colectivo. CulturaUNAM presenta 

 

[Juan Meliá]: Este séptimo episodio lo he titulado Entre manifiestos, datos y realidades, y está dedicado a reflexionar en voz alta sobre la necesidad de leer el estado de nuestros modelos dentro de las diferentes tendencias de la gestión cultural contemporánea, así como a generar con ello, el fortalecimiento de políticas, iniciativas, programas y proyectos, pero sobre todo, al llegar a consensos y soluciones.  

 

Estos últimos días, pensando hacia qué temas dedicar este primer episodio del Podcast dentro del ciclo 2024 de CulturaUNAM, reflexioné sobre las temáticas que abordé en los programas anteriores que fueron: la importancia de los datos en la gestión cultural, la movilidad, las decisiones de programación, los modelos de sostenibilidad, la incertidumbre laboral y la descentralización inconclusa.  

 

Todos son temas que desde hace años me acompañan como parte de mi quehacer y de mis preocupaciones más genuinas desde la gestión cultural. Para enfocarme al presente programa, francamente me costó decidir hacia donde inclinarme, porque me di cuenta de que lo que me interesa en este momento es la línea transversal que atraviesa los temas ya tocados para dirigirnos hacia la toma de decisiones de gestión a partir de datos o consensos colectivos. Lo considero un tema francamente no atendido, o en todo caso, siempre visto parcialmente. 

 

Los datos, para las instituciones públicas, en la mayoría de los casos son utilizados para presentar informes finales, sea de ámbito anual, o de cierre de administración. Las consultas colectivas se realizan en períodos preelectorales y, posteriormente, se olvidan en el devenir de los días. ¿Desde dónde tomamos decisiones entonces los gestores culturales, seamos públicos o independientes?  

 

En los últimos días varias frases ajenas me recorren, la encontrada en el libro de Blaise Pascal, Pensamientos, donde afirma “Ellos vieron el efecto, pero no la causa”, atribuida a San Agustín. Y también me resuena la aseveración del filósofo y profesor Laurent de Sutter, quien afirmaba hace unas semanas en una entrevista: "No convencemos jamás, ni con los hechos". 

 

Si no convencemos ni con los hechos, y además solo somos capaces, en la mayoría de los casos de percibir el efecto pero no la causa, el vacío que se produce a la hora de leer necesidades y generar soluciones, se suele inclinar a políticas de gusto personal, de corto alcance y duración. 

 

Al tiempo estoy leyendo la preciosa novela de Yoko Ogawa, The memory police, en donde los personajes habitan una isla en la que la memoria sobre un sinnúmero de objetos específicos va desapareciendo entre sus habitantes. En la novela existe una Policía de la Memoria que se encarga de hacer cumplir las desapariciones. Me imagino que algo así nos sucede de manera colectiva en la vida y operación dentro de los modelos culturales actuales, pero ¿a quién responsabilizamos de dichas pérdidas?   

 

A gestores, a comunidades, a hábitos perdidos, a públicos extraviados… Parafraseando una nota sobre la misma novela, encontrada en The Guardián, se podría decir que “cada vez que un programa desaparece sin razón aparente, se lleva consigo capas de conocimiento personal y compartido”. En la gestión cultural, vamos modificando tan rápido nuestra operación que los conceptos que nos articulan van perdiendo sentido, y no alcanzamos a construir nuevos deseos que nos unan como generación. 

 

Es claro que las personas solemos tener percepciones diferentes, o que generamos lecturas del mundo desde lineamientos, ejes e interpretaciones múltiples. El valor de la diversidad es infinito, pero la herida que se nos presenta como sociedad al no ser capaces de articular problemáticas comunes en nuestras disciplinas artístico culturales, es una franca debilidad. 

 

Caer en lecturas de nuestra realidad en donde solo logremos polarizar nuestras interpretaciones, nos puede orillar a lecturas de corto alcance y a desacreditar de manera gratuita lo que acontece, o lo que nos hace falta. 

 

¿Cómo leer nuestras realidades entonces? ¿Cómo tener bases desde donde apuntalar propuestas y programas culturales? ¿Cómo transitar las confrontaciones? Se me vienen palabras e ideas clave como: mediación, diálogo, crítica, generación de oportunidades, diversificación de corrientes y tendencias...  

 

En épocas pasadas, como si por arte de magia hoy dichos problemas hubiesen desaparecido, en la promoción cultural hablábamos de la descentralización como “la solución” a casi todos nuestros problemas, después le sumamos conceptos como el impulso y fortalecimiento a las industrias culturales y creativas; la adhesión o traducción a lo cultural de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible; y hoy día están sonando con fuerza conceptos como la gestión cultural de 360 grados o la identidad cultural.  

 

La gestión cultural de 360 grados trata de operar desde una mirada integral de la gestión de los proyectos culturales y creativos, dando un perfil protagónico a los gestores culturales, y contempla la imbricación entre políticas públicas, la concepción de la cultura y la propia gestión cultural, este último concepto trata de defender además la necesaria participación del gestor cultural actual en la reflexión y en la práctica, aplicando procesos de gestión, administración, comunicación y financiamiento de la actividad cultural. Por otro lado, lo identitario aparece hoy como una herramienta que se planteaba en desuso en épocas pasadas, desde la que se tendiera a homogeneizar las programaciones y acciones. Sin embargo, hoy se trata de particularizar territorios y voces. 

 

También creo que ha sido apasionante acoger con fuerza en nuestra operación como gestores, problemáticas  y contextos  a los que no nos hemos sensibilizado del todo como sociedad  dando cabida al posibilitar el acompañamiento a madres artistas, al dimensionar las brechas de género,  al atender de manera franca la violencia de género,  o al dar cabida a nuevas generaciones de creadores y gestores. 

 

Es claro también que no pretendo establecer la forma correcta para generar una lectura específica de nuestro entorno cultural, pero pienso que es importante vislumbrar un  diagnóstico en lo cultural para llegar a acuerdos en ciertas interpretaciones y procesos, y así  pensar la gestión cultural. 

 

Diagnósticos, análisis, críticas, demandas y manifiestos han existido siempre, pero lo relevante en este momento sea tal vez analizar: ¿Qué no ha funcionado? ¿En dónde y qué ha truncado la lectura de las necesidades y las políticas de gestión y promoción cultural desarrolladas? 

 

Es inherente a toda nueva administración de gestión pública o independiente que se piensen y generen procesos propios reconocibles, nuevos objetivos y metas, trazar nuevos programas y proyectos con el fin de establecer o posicionar un discurso. Pero aquí se abren cuestionamientos básicos: ¿Cómo analizas las acciones pasadas? ¿Cómo decides qué pausar? ¿Qué es lo que se tiene que construir desde cero o transformar? 

 

En México, los espacios escénicos contamos con un ejemplo perfecto a analizar: La red de teatros pertenecientes al ámbito federal y bajo responsabilidad del IMSS. En épocas pasadas se tenía la convicción del necesario vínculo entre cultura y salud. Hoy dicho vínculo está regresando con fuerza, muy ligado al concepto de bienestar a través de lo artístico.  

 

En esas épocas se construían a la par instalaciones médicas públicas y espacios escénicos. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo están hoy dichas instalaciones en diversos estados del país? ¿Cuál es su programa cultural? ¿Cuál es su vínculo con la sociedad y entorno comunitario? ¿Cuál es su responsabilidad hacia las disciplinas escénicas?  

 

En la mayoría de los casos la respuesta es, ninguno. Son espacios en desuso para lo cultural, que en el mejor de los casos está disponible para renta o para su utilización comercial, con lo cual su sentido originario se olvidó en el camino y desapareció de nuestro modelo de bienestar sociocultural.  

 

Ante dicho problema, nos toca reflexionar dónde queda la decisión de analizarlo, defenderlo o olvidarlo; ¿es un tema solo de gestión cultural? ¿dónde queda la responsabilidad de quien lo habitó? ¿desde dónde generamos la necesidad de transformarlo en un programa de mayor calado y necesidad, o al contrario, de desaparecerlo?  

 

Otro ejemplo de la gestión cultural ya no tan contemporánea, y con el cual ahora fácilmente se nos llena la boca, es enunciar que la cultura es un derecho público, pero del decirlo al realmente cumplirlo, existe una enorme distancia. Con la mano en la cintura puedo defender dicho alcance sociocultural, pero al mismo tiempo puedo retirar estímulos afectando los derechos de las y los artistas coartando los procesos de creación, dónde entonces radica la verdad de dicho proceso. Para mi es desde ahí donde observas la realidad, la lees de la manera más amplia y común y articulas una propuesta ante ella.  

 

Los Derechos Culturales se cimientan en una visión realmente amplia, donde principios fundamentales y definiciones, se estructuran desde sus componentes a través de las condiciones de igualdad, dignidad, no discriminación y garantía de acceso, articulándose a través de los planes estratégicos, programas, estímulos, recomendaciones e indicadores, para cuidar el ser procurados, desarrollados y atendidos.  

 

Todo ello se logra a través de trabajar y dimensionar desde variables tradicionales como el analizar la asistencia y la cantidad de actividades entre años de desarrollo de las mismas como parámetros de comparación, pero al tiempo aportando nuevas variables de lectura de dichas actividades realizadas e identificando realmente a los participantes. Es imprescindible identificar los paradigmas y las verdaderas necesidades para ampliar la resonancia de la experiencia cultural, tanto en lo individual como en lo colectivo. 

 

No solamente es necesario decir que nos alineamos con los Objetivos del Desarrollo Sostenible, también es de suma importancia que revisemos nuestra cadena integral desde múltiples ángulos para juzgarnos de manera profunda, y como decía anteriormente, no solo desde una línea política o de interés de gusto personal. 

 

Reflexionando sobre el tema en cuestión con un par de grandes cómplices y gestoras culturales de diferentes generaciones y tendencias, como son Jaqueline Ramírez y Alicia Martínez, me han intentado hacer ver, en varios momentos, lo cual me ha costado, se los confieso, que el análisis de los proyectos y casos también debería tener un proceso casi particular, casi que debemos ser capaces de leer proyecto por proyecto, para podernos acercarnos a oler la verdad de las lecturas y el quehacer de los mismos.  

 

Entre mis múltiples obsesiones en encontrar estudios y metodologías para leer los procesos culturales, uno de los que me ha llamado la atención es el conocido como MESOC (Measuring The Social Dimension of Culture), Midiendo la dimensión social de la cultura, catalogado como Handbook, y desarrollado entre varias instancias con fondos de la Unión Europea y publicado por Trànsit Projectes; que si bien incluye una metodología aplicable para desarrollar estudios de medición de valor e impacto de la cultura en la sociedad, se basa en realizarlo a través de análisis pormenorizados de un listado de casos de estudio específicos. Y es también de destacar que las áreas de impacto que en particular propone medir son: la salud y el bienestar, el nivel de compromiso de las personas y su participación, así como el impacto en lo urbano y la renovación territorial. 

 

No niego la fuerza de dicho accionar, pero existen otros ejemplos de acuerdo que rebasan los gestos personales o particulares. De vez en cuando en la cultura se construyen identidades donde menos se espera, como, es el caso de la lengua “Nynorsk” en Noruega, hablada por sólo el 12% de sus habitantes, construida a partir de diferentes dialectos hablados en el país existente desde el siglo XIX, gracias al filólogo y naturalista Ivar Aasen y se convirtió en lengua oficial en 1885; como una acción para defender su identidad propia ante su lengua más hablada el bokmål, que realmente  proviene del danés. Solo para apreciar el alcance de una acción tan particular quiero mencionar que el Nynorsk (que se traduce como “nuevo noruego”) es la lengua por ejemplo en la que escribe Jon Fosse, Premio Nobel de Literatura 2023. 

 

Para cerrar, permítanme retomar las ideas de Laurent de Sutter, en la misma entrevista que cité al principio. Ahí también afirma que “siempre estamos confrontados a una catástrofe.” Y sí, venimos de una catástrofe común como fue la pandemia, en ella nos vimos en la necesidad de releernos, de volvernos a contar, de intentar reaccionar ante la pausa, unidos por una catástrofe inesperada y que estábamos viviendo en común. Pero aún ante la catástrofe tuvimos opiniones diversas, encontradas, acciones reactivas que a unos les parecían cortas, a otros perfectas, a otros innecesarias. Ante la necesidad de que la lectura de nuestra realidad en lo cultural no se torne una catástrofe, es necesario y obligado forzarnos a leernos, a identificar problemáticas comunes desde múltiples formas. 

 

Ni en la vida ni en la gestión cultural, existe una sola forma de leer lo que acontece y necesitamos, no existe una verdad única. 

 

No huyamos de nuestra responsabilidad ante el tener que decir si o decir que no, de aceptar o no la firma de un manifiesto, ante la defensa de un programa de estímulo o financiamiento puesto en pausa. Al igual que en el anteriormente citado ejemplo de la lengua Nynorsk, la decisión de la lectura de la necesidad, la acción común y la pasión son la única fuerza que nos puede realmente generar el valor de un programa. Como bien dijo Jon Fosse, “escribir es una forma de sobrevivir” pues, bueno, la cultura igual, es un acto de sobrevivencia. 

 

 

 

/ Fin, entra música /. 

 

 

  • Durante las presentes reflexiones me acompañó la lectura del libro  The memory police de Yoko Ozawa, la asistencia a la obra teatral “Leonora” de Alberto Conejero, con Carolina Politi, bajo dirección de Juan Carrillo; así como la escucha de la última grabación de Mitski titulada  The Land Is Inhospitable and So Are We. 

Reflexiones (confesiones) en voz alta

Reflexiones (confesiones) en voz alta sobre la gestión cultural es un podcast que busca iniciar a las y los nuevos gestores sobre los diferentes procesos, decisiones, ideas y conflictos, que se encuentran en el quehacer diario de la gestión cultural; busca mostrar un panorama de cómo imaginar, planear, desarrollar y culminar sus proyectos es posible, viable y retador.

Juan Meliá

Juan Meliá

Anfitrión

Artista visual y gestor cultural especializado en artes escénicas. A lo largo de su carrera ha desempeñado diversos cargos públicos y ha participado en múltiples iniciativas independientes.

Fue director de Difusión Cultural de la Universidad de Guanajuato; y director general del Instituto Cultural de León, Guanajuato.

Es socio-fundador de la Galería de Arte Contemporáneo Arte3 y desde 2009 hasta febrero del 2017 fue Coordinador Nacional de Teatro, del Instituto Nacional de Bellas Artes en México. Asimismo, de 2009 a 2017 fue representante de Antena México del Fondo de Ayudas para las Artes Escénicas Iberoamericanas IBERESCENA.

De marzo del 2017 a noviembre del 2018 fue Secretario Ejecutivo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, de la Secretaría de Cultura y, desde enero del 2019 a la fecha, es Director de Teatro UNAM.

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