Por la dignidad humana 4: Arte y activismo

A raíz de una pregunta planteada por Jacobo Dayán, el actor y activista, Daniel Giménez Cacho reflexiona sobre su vida, su formación y lo que ha sido trabajar entre la actuación y el activismo social.

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  • Anfitrión: Jacobo Dayán
  • Episodio: 4
  • Duración: 10:39
  • Etiquetas: #DerechosHumanos, #actuación, #activismo, #ArteyActivismo, #EZLN, #DanielGiménezCacho, #México, #ExilioEspañol, #LópezObrador, #JacoboDayán

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Transcripción de Por la Dignidad Humana

Capítulo 4. Arte y activismo

Anfitrión: Jacobo Dayán

Invitado: Daniel Giménez Cacho

Intro: I had a dream that all man are created equal (voz de Martin Luther King). CulturaUNAM presenta. Porque parece que no todos nacemos iguales. Que no se garantizan los derechos humanos. Que la justicia no es justa. Por eso debemos hablar [Dos voces de locutoras] [Fragmento de El Aguante de Calle 13]. Por la Dignidad Humana. Un podcast de la Cátedra Nelson Mandela.

[Habla Daniel Giménez Cacho]: “Arte y activismo”, texto de Daniel Giménez Cacho. Esta conversación la detona una pregunta que me hace Jacobo Dayán: ¿por qué a mis 59 años me he dedicado a estas dos cosas? De esta pregunta se desprenden muchas más que intentaré responder.

De niño, me preguntaba en qué me convertiría con el paso del tiempo y, naturalmente, tenía frente a mí a lo referentes que mi cultura occidental me proporcionó. ¿Podría convertirme en Jesucristo? ¿Podría de adulto ser alguien como Gandhi? ¿Tenía yo también un sueño como Martin Luther King? ¿Podría ser un revolucionario o un científico que revelara nuevas formas de ver la realidad? Mi lista de referentes en los que podría convertirme tenía, eso sí, un filtro muy claro, pues por mí contexto familiar del exilio republicano español, toda figura histórica relacionada con el fascismo y el autoritarismo quedaba descartada.

Muchas de mis motivaciones profundas me eran entonces desconocidas, pero ahora, a la distancia, puedo ver que el hecho de pretender convertirme en algún referente histórico, escondía la necesidad de ser visto y escuchado. Esto último quizá provocado por ser el último de seis hermanos. Así se puede entender que al ser actor, el escenario fuera para mí un excelente lugar para presentarme al mundo.

Ser visto, sí, pero además se reconocido y ser valorado, primero en la casa familiar y después en el mundo. ¿Cómo ser reconoció y valorado? Aquí entran en juego los valores éticos y, también, morales en los que fui educado, y para ser sintético, el principal de todos, y de claro origen católico, era: “hemos venido al mundo a servir.”

Hay otro ingrediente importante que definió mi camino hacia lo que soy hoy: la rebeldía. Pero particularmente la rebeldía como el único camino para lograr sobrevivir. El primer recuerdo rebelde que tengo es cuando de niño se me dijo que Dios lo podía ver todo y que podía fiscalizarme y juzgarme, por más esfuerzos que hiciera yo por esconderme. Esto me pareció una intromisión brutal e irrespetuosa en lo más íntimo de mi existencia y me generó un desasosiego ansioso contra el cual me rebelé. Ya con más añitos logré construir un espacio íntimo, impenetrable y sólo mío, dónde podía estar sin que la iglesia ni mis padres ni absolutamente nadie pudiera ni conocerlo ni juzgarlo.

Le agradezco a mi padre, también a mi madre, haberme enseñado muchas cosas y por ser él, un hombre autoritario de principios del siglo XX, me ayudó a fortalecer la misma idea: “si no te rebelaras mueres.” Aquí también mi reconocimiento al PRI, por las mismas razones.

Es así como desde joven desarrollé un olfato para identificar al opresor, al injusto, al que se opone al cambio. Y ahí estuvieron para sentirme acompañado los movimientos revolucionarios de izquierda de los años 60 y 70, pero más íntimamente la revolución cultural hippie, que abrió para mí un largo camino de lucha y búsqueda de sentido y libertad. Sería interesante hablar de cómo mi olfato pudo confundirse y equivocarse, o de cómo se ha transformado mi idea de rebelión, pero creo que no es el asunto de esta reflexión. Quise, solamente, presentar en esta introducción los elementos más esenciales que pueden explicar por qué me ha interesado el oficio de actor y el activismo.

Haciendo un poco de historia me sentí atraído por el movimiento partidista que surgió revelándose al PRI y que produjo la creación del PRD. Y para no hacer el cuento largo, terminé en 2006 apoyando plenamente a López Obrador en la lucha por hacer un nuevo recuento de votos. En el plantón del Zócalo vi desfilar muchas figuras políticas contra las que había luchado y pronto las dudas me asaltaron. ¿Qué estoy haciendo aquí? La solución me la dio un amigo que también estaba apoyando el plantón: “Mira, ese personaje está aquí porque quiere ser gobernador, aquella otra, delegada en Cuauhtémoc: todos esos quieren seguir controlando sus barrios. Y mi amiga, que conoces bien, quiere ser Secretaria de Cultura de la ciudad. ¿Tú qué quieres?” Esa pregunta me dejó helado, por ser tan certera. ¿Yo qué quería? No quería ningún puesto ni tampoco poder, estaba luchando por ideales, ¿no? Este contacto con el pragmatismo político me alejó definitivamente de las luchas partidistas. Por fortuna, y para poder canalizar mis inquietudes arriba mencionadas, descubrí las luchas ciudadanas y de derechos humanos. Empecé a conocer el universo de asociaciones ciudadanas organizadas para apoyar causas concretas y que exigen, casi siempre, que tan sólo se cumpla la ley. Aquí ya no se trataba de luchas ideológicas ni por el poder sino de lograr avances concretos que puedan hacer más digna la vida. Con el tiempo, he ido entendiendo que de cualquier manera es imposible evitar la lucha por el poder, porque incluso para lograr que tan sólo se cumpla la ley, hay que tener poder para lograrlo.

Aquí se abren variedad de caminos en la misma dirección: ¿cómo lograr que la ciudadanía tenga poder para hacer cumplir la ley? No voy a entrar tampoco en este rico y diverso debate pero creo que en esencia. La respuesta es resistir y organizarse. Ahí está el EZLN, pero también muchos otros movimientos en defensa del agua, de los migrantes, de las víctimas, de la narco política; movimientos contra los proyectos de desarrollo que destruyen la vida y, hoy quizá, el más vigoroso sea el movimiento de las mujeres, porque está señalando al patriarcado, obstáculo cultural que ni la izquierda ni la derecha están logrando transformar.

Por esa razón me he interesado en la organización ciudadana y el trabajo en colectivos. ¿Cómo hacer que una reunión se eficaz? ¿Cómo sumar fuerza y energía? ¿Cómo se vive de verdad la frase del Che, “Hasta la victoria siempre”? ¿Cómo resistir y no morir en el intento? Hay otra lucha que me ha interesado desde la trinchera de la actuación y es por los contenidos. Yo soy “relativamente” libre de escoger los proyectos en los que participo como actor. Y, digo “relativamente”, porque siendo este mi modo de subsistencia, el asunto económico me obliga a aceptar papeles que no necesariamente aportan a la construcción de un mejor futuro. Así es y ni modo. Vivo en este mundo y he aprendido que la congruencia es un ideal por el que hay que luchar a diario.

Sé que no podré ser cien por ciento congruente, pero no me olvido de luchar por serlo. He podido, sin embargo, traer a la discusión, a través del teatro y el cine, temas sociales que pienso debemos abordar de frente. Creo en el papel que tiene el arte de transformar la conciencia y de acercarnos a la complejidad del violento y creativo espíritu humano.

Creo que el poder de comunicación que tiene el teatro y el cine logra organizarnos y sirve para resistir como comunidades que vislumbran en un futuro común y comparten ideales por los que debemos seguir luchando. Como actor se tiene acceso a los medios de comunicación, y pronto se da uno cuenta que este privilegio no lo tienen de manera igualitaria todos los sectores de la sociedad. Se me ha hecho muy claro que es socialmente útil usar este privilegio para ayudar a visibilizar a quienes el sistema pretende ignorar. Me queda claro que tener un micrófono enfrente encierra una responsabilidad.

Pienso que ambos trabajos, la actuación y el activismo, tienen en común una realización colectiva. Para ambas cosas hay que trabajar con personas, no es posible hacerlo solo. Pero también hay que saber lo necesario que resulta seguir entendiendo quién es uno y cuáles son las motivaciones profundas que nos mueven.

En el camino he encontrado activistas y actores que buscaban sólo la fama o el dinero y que terminan desviando el rumbo de la lucha y perdiendo su legitimidad. En ese caso, le agradezco al oficio de actor que me haya obligado a conocerme a fondo y que me haya obligado a estar atento a mis motivaciones más profundas. Sigo buscando la respuesta que me hizo mi amigo en el plantón del zócalo en 2006: ¿Tú qué quieres?

Si ser actor me hizo conocerme, colaborar en el activismo por los derechos humanos me ha hecho conocer a mi país, me ha permitido conocer los problemas sociales y la realidad más dura. Llevo en mi corazón la energía de tantas y tantos que han sabido transformar el dolor y la tragedia en armas de lucha. A la organización ciudadana le debo la certeza de que otro mundo es posible.

Y de que tarde o temprano se abrirán las conciencias, los corazones

y las grandes alamedas. Al oficio de actor le debo la libertad que se gana ejerciendo la creatividad.

CulturaUNAM presentó.

UNAM

[Fin de Podcast]

Semblanza de invitado

Daniel Giménez Cacho (Madrid, 1961) actor y activista hispano-mexicano.

Por la dignidad humana

Por la dignidad humana busca generar conciencia y profundizar en el vínculo entre los derechos humanos, el pensamiento crítico y el quehacer de las artes. Ante un entorno nacional y global de violencia creciente, resulta primordial poner el foco en la dignidad humana, la cultura de paz y la promoción y exigencia de los derechos humanos por medio de la cultura y el arte.

Jacobo Dayán

Jacobo Dayán

Anfitrión

Jacobo Dayán es especialista en Derecho Penal Internacional, Justicia Transicional y Derechos Humanos. Fue director de contenidos del Museo Memoria y Tolerancia, investigador de eventos de macro criminalidad en México en el Seminario sobre Violencia y Paz de El Colegio de México y coordinador de la Cátedra Nelson Mandela de Derechos Humanos en las artes de la UNAM. Es el director del Centro Cultural Universitario Tlatelolco de la UNAM, profesor en la Universidad Iberoamericana de la materia Genocidio y Crímenes contra la Humanidad y columnista en Animal Político.

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