Coincidir en el tiempo con Antonin Artaud, es decir, darse el tiempo de investigar a fondo sus escritos es un vértigo y una caída infinita. ¿Qué es lo infinito? ¿Qué son las tensiones infinitas entre el cuerpo y el espíritu? ¿Qué es esa crueldad de existir, de tener un cuerpo que infinitamente nos reclama el pensamiento? Artaud es, en sí mismo, un Big bang, un principio sin final. No se detiene nunca a pesar de arrastrarse por la vida cargando con su cuerpo quebrado por la enfermedad y un espíritu indomable e infinito. Sí, infinito. Él es un modelo cosmológico. Su palabra es Arte y su conducta locura, energía desbordada de la vida misma. Un ser de su época, que hoy sigue marcando la pauta de nuestros contemporáneos: teatreros, artistas y poetas. Él eligió el Arte como patria y, en él, el poeta, el actor y el torrencial pensamiento están, sin piedad resguardados en su obra escrita, dibujada y actuada. Películas, grabaciones radiofónicas, poesías, cartas, muchas cartas, obras de teatro y manifiestos son en su conjunto un admirable proyecto artístico, un proyecto de sí mismo, un vórtice, un choque eléctrico, un proyecto acerca de los límites del cuerpo y las posibilidades del lenguaje.