Durante casi cuatro siglos la poesía mística de Sor Ana de la Trinidad permaneció en el total anonimato. Al fallecer ella, en 1613, le dejó a su guía espiritual un ramillete de 19 sonetos de la más extraordinaria manufactura, tanto en su estructura lírica, como en su discurso. Poesía considerada extraordinaria tanto en los tiempos presentes, como poniéndola en el contexto histórico en el que fue escrita, pues, como dice la escritora Myriam Moscona: “son poemas con una interiorización digna de halago, porque resulta extraño para la época su forma de incorporar el yo”.
Para muchos es inconcebible que la escritura de esta monja carmelita nacida en Navarra haya permanecido en la total sombra durante tanto tiempo. No fue hasta 1992, cuando se descubrió el cuadernillo que Sor Ana entregó, en su lecho de muerte, a la también monja y poeta Cecilia del Nacimiento. Aunque los poemas ya habían sido publicados apenas en la década de los 70 del siglo pasado, se los adjudicaron precisamente a la guía espiritual de Sor Ana. Fue el editor Jesús Cáseda quien le hizo justicia a la que él mismo reconoce como una de las escritoras más sorprendentes de la lengua española, superando incluso a Santa Teresa: “su poesía es, además de intensamente religiosa, muy cierta y verdadera, no hay ninguna impostura”, asegura.
Cáseda es quien se encargó de revisar a profundidad la vida y la obra de Sor Ana de la Trinidad, estudio que acompaña los 19 sonetos en el libro Dolor humano, Pasión divina, del cual precisamente la escritora Myriam Moscona hace una selección a la que da lectura en este título que se estrena en Descarga Cultura.UNAM.
Sor Ana de la Trinidad (Alcanadre, España, 1577-Calahorra, 1613). Poeta, religiosa. Su familia era de las más influyentes de Navarra y estaba en el centro de la vida cultural La familia Ramírez de Arellano, uno de los principales linajes de origen navarro, está en el centro de la vida cultural. Aunque la monja ingresó en el convento de Herce, escapó al convento carmelita en Calahorra, en contra de la voluntad de su familia. Esa huida le costó varias fracturas que le causaron dolores el resto de su vida y están asociados a su temprana muerte. “Su poesía nace de ese magma de dolor humano y físico en contraste con el amor místico que le aporta verdad”, dice Jesús Cáseda. Dentro de la poesía mística, ahora se le reconoce como una de las principales representantes, a la par incluso de quienes la influyeron, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa.
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