En la confusión del laberinto amoroso, el hilo del deseo es el único camino que puede guiarnos. Pero, a veces, uno de los dos lo suelta. Al despertar, Ariadna se encontró convertida en una crisálida sosteniendo a solas un hilo entre sus manos como un cabello olvidado, como un recuerdo de una madeja que no le pertenecía. Nunca sabemos si tiramos del hilo o es el hilo el que tira de nosotros, nunca sabemos si en el otro extremo vamos a encontrar la muerte… o la redención.